La separación de Panamá es uno de los
acontecimientos más importantes de la historia colombiana. La mayoría conoce la
historia: a finales de 1903, el entonces departamento decidió proclamar su
independencia, en medio de una serie de sucesos convulsos que confluyeron en el
tiempo.
Aunque mucho se ha investigado de este hito, poco
se habla de un departamento que por poco corre con la misma suerte. Se trata de Arauca, cuyos ciudadanos hace más
de un siglo decidieron alzar las armas con un objetivo en mente: proclamar un
gobierno autónomo en respuesta a la abnegación y el olvido sufrido en la
región.
La Villa de Santa Bárbara de Arauca, su
nombre inicial, fue fundada en diciembre de 1780 por el sacerdote Juan Isidro
Daboín y el campesino José Antonio Useche. Los hombres, de nacionalidad
venezolana, cruzaron el río de su país natal y se encontraron con un poblado
guahíbo a orillas del caño Zamuro, donde decidieron asentarse.
Aunque sus proyecciones para el territorio eran ambiciosas, su crecimiento no
fue el esperado: para 1790 vivían allí alrededor de 200 personas y a mitad del
siglo XIX la cifra ascendía a más de mil quinientas. Para cuando estalló la
Guerra de los Mil Días, contó el experto Diego Andrés Roselli para el diario
‘Portafolio’, el territorio tenía menos de cuatro mil habitantes, muchos de
ellos comerciantes europeos y siriolibaneses.
(Lea también: El día en que el departamento de Boyacá le declaró la
guerra a Bélgica).
A esto hay que sumar
que los vínculos de Arauca con Bogotá eran débiles. Ningún camino conducía
directamente al interior. Aunque sí era posible llegar a Cúcuta por la vía de
San Cristóbal, que cruzaba a través de Venezuela.
La economía de Arauca pasó por la comercialización del cuero, pero
también por el mercado de plumas de garza. La producción trajo consigo el
exterminio de muchas especies hasta que, de repente, la llegada de la Primera
Guerra Mundial puso fin a la demanda de este material. Fue así que los
sombreros emplumados pasaron a la historia.
“En el vecino país, el poder lo ejercía
el dictador Cipriano Castro, quien restringió el tráfico de barcos colombianos
por las aguas de los ríos limítrofes y por el Orinoco mismo. La guerra y el
bloqueo fluvial tuvieron un efecto negativo sobre el desarrollo de la ciudad”,
detalló Roselli.
Para 1916, poco antes de que los ciudadanos
buscaran la independencia, el capitán Alberto Santos describió a Arauca como
“un pueblito perdido en la inmensidad del llano”. Sin embargo, esto no se
mantendría así por mucho tiempo. Al menos, no con la llegada de Humberto Gómez
al poder.
El 30 de diciembre de 1916, a vísperas
de Año Nuevo, Humberto Gómez marcó la historia de Arauca para siempre: decidió reunir a un grupo de araucanos,
tildados por muchos de bandoleros, para alzarse en armas contra la autoridad y
proclamar un nuevo gobierno autónomo, de acuerdo con la historiadora Jane
Rausch.
A Gómez, nacido en Santander, muchos de sus
vecinos lo consideraban un honrado ganadero. Sin embargo, otros tenían sus
reservas. Eduardo Carvajal, un antiguo comisario que conoció al sujeto
personalmente, lo acusó de huir a la frontera para esquivar la acción de la
vindicta pública. Este punto de vista, al parecer, también lo compartía el
comisario Escallón, quien se encontraba al mando del cuartel para el momento de
la toma del poder en Arauca.
Aunque Escallón ya había sido advertido
de un inminente ataque por parte de Humberto Gómez y sus secuaces, decidió
hacer oídos sordos. Para el 29 de diciembre, un día antes del ataque, envió a dos
escuadrones a realizar tareas administrativas, por lo que solo mantuvo a 20
hombres para custodiar el comando.
Gómez aprovechó la vulnerabilidad y, el 30 de
diciembre de 1916, atravesó el río Arauca con algunos de sus hombres. Al
asesinato del centinela sobrevino el grito de la frase: “Viva la República de
Arauca”, que hizo oficial su asalto al cuartel.
Para el mediodía, el santandereano ya se
había apoderado del arsenal de la población, confiscado 5.000 pesos de la
secretaría de Hacienda y 50 de la aduana, quemado los archivos de la comisaría
junto con los del tribunal del circuito y encarcelado a todas las personas que
eran hostiles a su causa. Como si fuera poco, había pedido rescate por algunas
personalidades del pueblo.
“Aunque la venganza y el botín eran los
móviles fundamentales, Humberto se esforzó por dar a la insurrección un tinte
ideológico. Tras asumir el mando, dijo a los aterrados araucanos que sus
acciones formaban parte de una rebelión liberal generalizada en toda Colombia,
y que el presidente Concha, el ministro Suárez y otros altos funcionarios
estaban ya en prisión”, puntualizó Rausch en su investigación.
Sin ninguna autoridad que lo desafiara,
Gómez formó su propio gobierno con él a la cabeza. Después del ataque a la comisaría, una época oscura vino
para los habitantes araucanos. Robos de ganado, asesinatos y mutilaciones
fueron solo algunos de los delitos que imperaron.
No fue hasta unos cuantos días después que el
entonces presidente José Vicente Concha se enteró de la insurrección. Ante el
ataque de Gómez, decidió declarar el estado de sitio en la comisaría especial
de Arauca, y enseguida envió dos fuerzas gubernamentales a sofocar la revuelta.
Cuando las autoridades llegaron,
Humberto ya había huido del territorio. Gómez, “quien era ciudadano colombiano
y venezolano, evitó la extradición hasta que, con el tiempo, los hechos
prescribieron”, detalló Roselli.
El líder independentista murió cuarenta años
después en la ciudad de Cúcuta. No obstante, su nombre quedó marcado para siempre
en la historia del departamento, en tanto volvió a poner aunque fuese
momentáneamente el nombre de Arauca en el mapa.
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